Habitaban en una casa pequeña, por así llamarla. En realidad era un espacio amorfo hecho de desechos industriales que provenían del lote contiguo. Toda la familia incluso el menor de sus integrantes Jr. trabajaba allí. El era un niño muy perspicaz y en sus tiempos libres subía a la plaza central para hablar con los turistas de quienes aprovechaba su tiempo libre para adquirir todos los conocimientos que ellos pudieran ofrecerle. Logró aprender inglés, francés, algo de español y muchas otras cosas que ni sus padres conocían.
Estaban en época de elecciones y los dos mayores opcionados visitaban todas las semanas la plaza en búsqueda de nuevos adeptos. Jr. sabía que sin importar cuál de los dos ganara, su casa seguiría siendo su casa, su mugre su mugre y su hedor su hedor. Ninguno de los asistentes entendía las propuestas de los respetables, pero se inclinaban en su mayoría por el aspirante con la mejor presencia y mayor soltura al hablar. Por alguna razón esto les brindaba mayor tranquilidad decía el señor de los helados, quien al igual que Jr., sabía que ambos traerían tras de sí un ejército de bichos listos para chupar su sangre y husmear en basura.
Una obra de arte es una historia y debe ser contada como tal.
Alberto Lizarazo
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