viernes, 2 de abril de 2010

13. Rodrigo Díaz. ESPACIOS MUTABLES. Febrero 9 de 2008

Un rasgo común en las conversaciones sobre los recuerdos de infancia de las generaciones nacidas antes de la década de 1980 en el Valle de Aburrá, suele ser aquel en el cual el escenario de juegos y fantasías ha desaparecido bajo el crecimiento inexorable de la ciudad, que en su expansión ha copado potreros, cañadas, cerros, faldas de montañas y recodos rurales entre los barrios. Ahora resulta evidente que las aventuras desarrolladas en esos espacios no podrán ser vividas nunca por las nuevas generaciones.

La exposición de Rodrigo Díaz parte justamente de la evocación de sus lugares de infancia, en los cuales daba rienda suelta a la imaginación en compañía de sus amigos. No había allí lugar para las preocupaciones de los adultos. Sin importar la hora llegaban a sus hogares con los rostros sucios y sudorosos, con las rodillas y los codos raspados.

Para algunos de nosotros las aventuras de infancia transcurrieron en los bosques de pomos de Buenos Aires, entre los matorrales y los mortiños del Cerro de la Asomadera, en las mangas doradas de La Castellana, en las frías aguas de las quebradas de El Poblado, en los vientos cálidos de los potreros de Niquía. Las de Rodrigo Díaz con frecuencia se dieron entre calles sembradas de talleres de mecánica.

Allí regresa y de nuevo se encuentra ante el cúmulo de capas de grasa, aceite quemado, estopas usadas, olor de gasolina y piezas de metal rotas. Su gesto lúdico no ha desaparecido. Diríamos, más bien, que se ha enriquecido y en una actitud renovada transforma su juego en obra artística.

Cuatro pinturas, siete fotografías, tres dibujos, una acumulación de objetos, una instalación, un video y una acción configuran el pequeño universo de esta muestra, que tanto hace noble al material de desecho como rinde homenaje al espíritu creativo que el artista preserva a lo largo de su vida.

Carlos Galeano

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