La diversidad de formas y concepciones que hoy en día tiene el arte permite que algunas preguntas de vieja data aún conserven su vigencia: ¿Debe el arte servir de medio para la belleza?, ¿debe mostrar posturas frente a una problemática?, ¿es válido que se convierta en un instrumento de la denuncia?. Aunque a esta lista básica podríamos añadir muchas más inquietudes, resulta claro que independiente de su orientación el arte comprometido, se caracteriza por ser una forma de conciencia de su época.
En esta instalación, Kamel Ilián se adentra en terrenos pantanosos que en sí mismos le plantean la confrontación con una realidad dolorosa. Su proyecto tiene como punto de partida el conflicto social que desde hace varios años se viene desarrollando en la Zona del Curvaradó, Chocó.
Una amalgama compleja de realidades se escenifica en esas tierras, en la que se cruzan los intereses de los propietarios ancestrales de la tierra, con empresas privadas, proyectos de desarrollo, paramilitares, bandas de pistoleros a sueldo y personas poderosas de rostro invisible.
De una u otra forma estos actores han ayudado a estructurar un nuevo orden en la propiedad de las tierras. El desplazamiento, la guerra, la corrupción, las violaciones de los derechos humanos, la expropiación y la muerte se han convertido en la nefasta urdimbre de la trama que allí se desarrolla.
Kamel Ilián señala sin tomar partido, poetiza sin ocultar lo terrible. Su obra funciona como un acertijo que se resuelve con pistas sutiles. Las paradojas de la Colombia en que ahora vivimos se hacen presentes: en medio de la exhuberancia deslumbrante y sobrecogedora, tras la promesa de un futuro mejor, se oculta el mayor de los horrores.
Carlos Galeano
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