lunes, 12 de marzo de 2012

53. Abajo y arriba en el futuro. Camila Botero. Febrero 18 de 2012


No cabe duda. Menos impactante que el derribamiento de las torres gemelas, pero igual de dramática, resulta la otra debacle americana que a cuenta gotas derruye la que en su mejor momento fuera la cuarta ciudad en importancia en los Estados Unidos.

Lejos en la memoria están los días en que cuatro de cada cinco de los automóviles del planeta eran producidos en las tres empresas que se asentaban en Detroit. Inútiles resultan ahora los primeros complejos de viaductos construidos, las mega-autopistas urbanas, las calles de seis carriles en cada dirección. Escasamente algunos vehículos las transitan.

La migración de la mitad de sus habitantes, más de dos millones de personas, ha dejado en la ciudad un panorama en el que la decadencia y la belleza se envuelven en retorcido abrazo. Hospitales, oficinas, supermercados, teatros, talleres, centros comerciales y edificios han sido abandonados y saqueados. Lo que pudiera ser un motivo de creencia en la dignidad humana pronto se diluye en la dolorosa constatación de su ignominia, pues los únicos edificios no sometidos al saqueo han sido las bibliotecas.

Vecindarios que hace algunasdécadas se presentaba como un territorio altamente densificado dan lugar ahora a un singular fenómeno, las ‘llanuras urbanas’: grandes extensiones de tierra plana, antes sembradas de casas, lucen ahora suaves hierbas entre las cuales, como persistentes ruinas, se tambalean las pocas casas que aún perviven.

Un escenario tal encarna el anhelado estado de retorno al pasado que caracterizó a los pintores románticos. Baste con recordar las figuras que Caspar David Friedrich pintaba en sus lienzos. Humanos de espaldas al presente, con la mirada perdida en lontananza, embriagados en el anhelo de un pasado bucólico en que el hombre aún era uno en la naturaleza, no su dominador. Friedrich desconfió tozudamente de la temprana industrialización, y al ver la realidad actual de esta ciudad cabría darle la razón.

Las obras que Camila Botero exhibe son más que simples registros. La disposición de las fotografías en el espacio de la galería procura re-presentar, traer acá, su percepción emotiva. La inclusión de un neón defectuoso reverbera como el eco del fracaso industrial. La atención detenida en la iglesia que comparte espacio con la licorera reitera el carácter evasivo de la humanidad. El ruido de la ciudad se mezcla con el de las imágenes acentuando el vértigo de un destino ineludible. Lo sublime, esto es lo bello terrible, ha encontrado acá una viva expresión.

Carlos Galeano Marín




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