El joven arquitecto sevillano Santiago Cirugeda lleva años investigando sobre un tipo de arquitectura barata y ecológica al servicio de las personas y no del mercado. Muchas de sus intervenciones se mueven en la alegalidad, esto es, en los vacíos legales existentes en la legislación urbanística.

En la conferencia ofrecida en Casa Imago parte de la premisa inicial en la que afirma: ‘si alguna vez nos planteamos la posibilidad de que nuestro ejercicio a la hora de construir o modificar una arquitectura puede entrar en conflicto con lo ordenado, y asumimos la desobediencia civil por motivos de necesidades espaciales, funcionales o intelectuales (necesidad de identidad personal o la defensa de una manera determinada de vivir), podemos hacer dos cosas: acudir a los proyectos dobles ocultos, como me gusta llamarlos, o la ilegalidad absoluta por inexistencia de proyecto ni licencia.’
Un extracto de http://www.archfarm.org/es nos entrega un segmento introductorio que ilustra de manera clara el punto de partida de las ideas presentadas por el arquitecto que luego fueron desarrolladas con la presentación de algunas de las más polémicas intervenciones urbanas de su autoría.
‘Para la mayoría de los arquitectos contemporáneos, la necesidad de disponer de un postulado teórico sobre el qué cimentar su obra parece ser requisito fundamental a la hora de posicionarse en el mundo actual de la arquitectura — y de paso, proporcionar una base para posteriores investigaciones y relaciones con o contra sus contemporáneos— .
Sin embargo, la trayectoria de Santiago Cirugeda difiere de esta noción de arquitecto “comprometido con su tiempo”. Si bien en parte su obra tiene una marcada individualidad que lo hace suficientemente reconocible dentro de la maraña mediática, descubrimos en su trayectoria ciertas desviaciones que desorientan al primer intento de encasillamiento.

En primer lugar, porque por más que investiguemos sus proyectos y leamos sus textos, no hallamos pistas sobre ningún nuevo enfoque de la arquitectura a priori. Podríamos decir que sus arquitecturas tratan más un concepto que una forma, a pesar de que lo más importante sean precisamente sus casi imposibles materializaciones.
En segundo, porque su actitud deliberadamente directa no conlleva una correspondencia formal en sus propuestas. Utiliza lo que podríamos llamar una arquitectura de la acción: estructuras que por sí mismas hablan mucho más de lo que apreciamos a simple vista. Que llevan una carga política asociada en cuanto que son respuestas a problemas más sociales que arquitectónicos. Echando un vistazo a su producción, no podríamos entenderla sólo como una sucesión de proyectos encadenados por una intención renovadora e inconformista, sino también como una lucha contra la arquitectura del día a día, la más cotidiana y la que precisamente por ello parece haberse convertido en inmutable, en un ser porque sí.’
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